Como sabéis, el año 1640 para la península significó convulsión y revueltas. La revuelta del reino de Portugal trajo su independencia, y la revuelta en Cataluña significó su ruptura con el reino de Castilla, uniéndose a Francia, aunque en 1652 formarían de nuevo parte de España. Es aquí, donde probablemente, comience en un sentido más agudo el sentimiento catalán propio y el sentimiento de independentismo. Obviamente no es el s.XVII cuando todo esto se hace evidente, ya que Cataluña tiene históricamente una sensibilidad diferente que nunca se ha sabido entender desde los gobiernos centrales. Pero si puede ser el comienzo de empezar a proclamar un sentido diferente y único. He realizado un trabajo de todo lo que llevó a la revuelta de 1640 en Cataluña, aproximadamente desde 1615-16. Es muy extenso, unas 7 hojas, y probablemente solo interese para alguien que haga un trabajo relacionado con la materia. Como he encontrado poco en Internet, creo que colocando este archivo en la red ayudaré (tal vez) a futuros estudiantes. Recordad que es un trabajo hecho por mí, basado en la bibliografía de John Elliott.
Origen de la revolución en Cataluña.
Las
revoluciones de 1640 en la península Ibérica, no son una consecuencia obvia y
esperada de un hecho aislado. Como todo en la historia, tiene un recorrido que
viene acontecido por varios enfrentamientos y varios problemas, que llevados y
dirigidos de una manera, dieron en estas revoluciones de mitad del s.XVII.
Y
el caso de Cataluña no es diferente. Sus síntomas son muy variados, pero todos
tendrán un patrón común, que es sin duda la mala administración de la
monarquía, y la toma de decisiones, en muchos momentos incorrectos de los
diferentes virreyes. Además, la sensibilidad popular del pueblo catalán siempre
se ha tornado de una manera peculiar. Por tanto, si intentamos recoger los
acontecimientos que desembocaron en estas guerras internas, se podría poner
como punto de partida el año 1615.
Es en este año, cuando la situación con los bandoleros en Cataluña es
intratable. Se pedía de manera intensa al Duque de Lerma, valido del rey Felipe
III, que pidiese al monarca que se desplazara al principado para llevar a cabo
una afirmación de su poder, y conseguir así calmar un poco los ánimos de la
zona, ya que la situación era insostenible. Fue aquí, en este momento, cuando
la monarquía y el Reino de Castilla se podría haber confirmado y haber impuesto
su superioridad ante los catalanes. Desde el noreste de la península se quería
una intervención de las fuerzas militares de la monarquía para acabar con los
bandoleros. Además, era cuando la figura de Felipe III era más querida entre
los ciudadanos del principado, pues se ansiaba su llegada para recuperar el
orden. Es cierto que desde el Consejo de Aragón no se veía con buenos ojos que
el reino vecino castellanizase por completo Cataluña.
Esta
oportunidad vista por todos de unificar las leyes y administraciones de iguales
de Cataluña en cuanto a Castilla, el Duque de Lerma lo entendió de otra manera.
Al ver una verdadera complicación económica lo que supondría todo, consideró
que un ejército de dos compañías de caballería vigilara los territorios
catalanes en busca de bandoleros. Ante toda esta brecha social y política, el
virrey Almazán muere el 14 de octubre de 1615. Su sucesor fue Albuquerque, que
en palabras de John Elliott:
Albuquerque
proclamaba abiertamente lo que se sabía desde hacía tiempo: que el bandolerismo
solo podría ser suprimido por medio de procedimientos que eran estrictamente
anticonstitucionales[1].
Esto
quería decir, aplicar la fuerza con el ejército. Por tanto, el monarca se
encontraba en una situación delicada, pues no sabía si colaborar con Albuquerque
o bien ser fiel a las constituciones establecidas. Este debate de la legalidad
contra lo correcto será patrón en toda la época pre-revolucionaria. Sí es
cierto que la legalidad se hallaba en un marco de gran limitación para la
actuación del monarca. Se evitaba así un abuso de poder, pero (como en este
caso) el hecho de ayudar al propio pueblo protegido por estas constituciones planteaba
una ruptura de la legalidad. Por tanto, las acciones del virrey llevarían a
enfrentamiento con la Diputación y con el Consejo de Aragón.
Pero Albuquerque no se vino abajo si se echó atrás, y llevó a cabo
acciones contundentes. Llevó a cabo la acción que se conoce como sometent que consiguió que muchos
bandoleros fueran parados en sus malas acciones. Albuquerque llevó la paz al
Principado, ya que los bandoleros que no habían sido detenidos, huyeron camino
de Francia. Estas acciones calificadas de “anticonstitucionales” fueron
apoyadas por la burguesía, y nunca tuvo problemas en ejecutarlas por parte del
gobierno central. Bien es cierto que con el paso del tiempo, los bandoleros
volvieron a las calles.
Tras el fin temporal de este problema del bandolerismo, Albuquerque
había conseguido someter a la aristocracia, lo que supuso una doble victoria:
Desde la administración real y la propia caída del bandolerismo. Sin duda
Albuquerque inició un proceso que bien dirigido podría haber llevado a la calma
entre castellanos y catalanes. Pero no se consiguió, Su sucesor, el duque de
Alcalá, Don Fernando Afán de Ribera y Enríquez no supo asimilar bien el nuevo
período, y poco a poco se fue forjando un sentimiento de insatisfacción en el
orgullo catalán, pues se empezó a ver con malos ojos la entrada
anticonstitucional que tuvo el monarca en el Principado para acabar con los
bandoleros. La misión del nuevo virrey era la de restaurar el orgullo y saber
dirigir la nueva calma tras la desaparición de los bandoleros. Y esa tarea era
difícil. Mantuvo sus enfrentamientos con la aristocracia, lo que hizo que se
fuera creando un sentimiento de malestar con el virrey. Además, se suman los
problemas que cualquier cargo real se encontraba con la Diputación, el mayor
ente defensor de los derechos catalanes. Se supo que Don Fernando Afán de
Ribera no guardaba demasiada buena relación con el pueblo catalán, lo que para
el pueblo fue un motivo más para no
aceptar la sumisión.
Con toda esta tensión, el monarca Felipe III fallecía en 1621. Para
los catalanes no era un monarca al que guardaran demasiado cariño. Como se ha
mencionado antes, el Principado anhelaba una visita real, por muchos motivos,
ya fuera poner paz en esta guerra con los bandoleros, reafirmar su autoridad, o
un mero viaje con fin simbólico, para dar a entender que él era también el rey
de los catalanes. Pues nunca fue así. El monarca visitó por última vez este
territorio en 1599. Cuando se supo del inminente cambio en la corte, Cataluña
albergaba sentimiento de esperanza en cuanto a su posición, muy devaluada en
los últimos años para el monarca anterior. Era por tanto el momento de dejar
clara la situación. Y una decisión que no gustó nada en Cataluña fue mantener
al mismo virrey. Este malestar hizo que los catalanes se agarraran a una
situación rebuscada y puramente constitucional. Para ser rey de los catalanes,
habría que ir a Cataluña a reconocer y respetar sus constituciones. Es un
simple trámite que Felipe IV aún no había realizado. Para el pueblo era
imprescindible recibir al monarca.
De alguna manera, en Barcelona se empezaban a acumular las crisis.
Desde la presencia del Virrey Alcalá, los pocos bandoleros que aún seguían
deambulando, la crisis económica que atravesaban, el pasotismo de Castilla por
el bien catalán, y el gran problema que suponía en tiempos tan duros, la
exigencia de los quints, que era
pedir al ciudadano una quinta parte de su renta para el gobierno. Este último
elemento quería ser erradicado por completo por la totalidad de los catalanes.
La no visita del monarca guardaba íntima relación con la sustitución
del actual virrey, que no contentaba ni a castellanos ni a catalanes.
Cuando
se anunció, en la primavera de 1622, que el período de duración de las
funciones de Alcalá se ampliarían hasta septiembre, tanto la ciudad como la
Diputación enviaron nutridas embajadas a Madrid para convencer al rey de que no
demorase su visita[2].
Es
en este momento donde encontramos una situación clave, que fue mal dirigida.
Por las dos partes, el Principado ansiaba la llegada de Felipe IV, y Felipe IV
quería ir al Principado, pero el malestar económico de la Hacienda hizo
imposible este desplazamiento, o eso alega al menos la historiografía[3].
Los continuos rechazos de Felipe IV a ir a Cataluña fueron haciendo crecer el
descontento y la desilusión con la corona.
El
consejo de Aragón decidió aprovechar la mala prensa del virrey Alcalá para
destituirlo, “nombrando” al Obispo de Barcelona, Joan Sentís el sustituto. La
reacción del pueblo y de los políticos catalanes fue una radical y directa
negativa a reconocer a este hombre como virrey. Si los representantes del
pueblo y de la Diputación se negaban a acudir a la jura del nuevo virrey,
significaba que no aceptaban sus decisiones y negaban su condición de alto
mando del gobierno. Exigían la visita del monarca para reafirmar el poder del
virrey, y en mi opinión, el del propio monarca en el territorio.
Hasta esta fecha, de 1622, se podría
considerar que Cataluña estaba muy afectada por las últimas decisiones que se
habían llevado a cabo.
Desde las malas relaciones con el virrey Alcalá, hasta el empeoramiento de las
relaciones con Castilla, el Principado veía amenazas en muchos sentidos, por lo
que no quería aceptar a un virrey si antes el monarca no estaba en el
territorio. No querían ser menospreciados. El Conde Duque de Olivares, acababa
de asumir el puesto de valido en el reino, y de momento no tuvo mucho
protagonismo en el enfrentamiento.
Esta independencia que sacaba a relucir el Principado, se debía a la
gran potencia que era. Económicamente era de los territorios más fuertes de la
corona. Esto hacía que el monarca y el cuerpo administrativo de Castilla
perdiesen fuerza. Y más cuando la idea era establecer en Cataluña medidas
equiparables a Castilla.
La
situación era completamente inestable, porque de repente, Barcelona, y por
consiguiente Cataluña, no tenía gobierno. Pero lo peor de todo, era que la
imposición de un gobierno llevaría a la sublevación popular, algo que se quería
evitar por todos los medios, ya que aún estaban en la memoria los disturbios de
1590.
Es
entonces, cuando el 27 de diciembre de 1622, se reunió el Consejo de Estado
para discutir qué hacer con los catalanes. El debate fue largo y arduo, donde
se elucubraron teorías de todo tipo. Desde decisiones directas y rápidas de
Olivares, hasta la negociación con Cataluña por parte de Don Pedro de Toledo. Se
tuvo como buena solución mandar un intermediario (el conde de Osona) a
Barcelona para negociar la jura del Obispo como nuevo virrey, una intención que
fracasó rotundamente.
Castilla no dio por vencido su intento de negociación, y mandó una
oferta a Cataluña que sería aceptada, y se llevaría a cabo el juramento como
virrey de Joan Sentís. En este trato se acordaba una visita de Felipe IV al
Principado, reinstaurando la idea de poder llevar pedrenyals[4] consigo y la supresión de los quints. Fue entonces cuando el 12 de
abril de 1623 el obispo de Barcelona juró su cargo. Fue casi siete meses
después del nombramiento de este por la corona.
Todos estos desencuentros entre catalanes y castellanos no serían de
momento otra cosa que el comienzo de un malentendido y desencuentros, que se
fundirían en enfrentamiento cuando el Conde Duque de Olivares considerara
necesaria la Unión de Armas, algo que los catalanes nunca aceptarían. Además,
el papel que jugarían en la guerra con Francia sería determinante. A ello hay que
sumar que Olivares destilaba odio hacia el Principado, y desde el principio de
su carrera política tendría desencuentros con estos. Desde un comienzo siempre
vio la solución del encuentro en una intervención armada, aunque durante mucho
tiempo esa idea se la fueron quitando de la cabeza los consejos y los políticos
más cercanos a él.
Habrá que adelantarse en el tiempo hasta 1635, cuando el problema ya
será verdaderamente real. Es en este año, cuando la rivalidad entre el Conde
Duque de Olivares y el valido francés Richelieu estaba en su punto más álgido.
La guerra con Francia se vislumbraba ya inevitable. Y fue en este momento
cuando las relaciones franco-castellanas llegaron a su peor momento.
La situación venía de antes, ya que desde que en 1626 los catalanes
denegaran la idea de la Unión de Armas, Olivares tenía ciertos recelos hacía el
territorio. El malestar se extendió hasta 1635. Es en este año, cuando el
virrey Cardona pide a la Audiencia 2.000 hombres para luchar contra los
franceses. Esta petición es rechazada debido a la mala relación con el
representante del rey. Para intentar calmar los ánimos, se prometió que el Rey
iría a visitar el Principado. Volvía a entrar así en juego la figura del
monarca como factor resolutorio. Sin embargo, se incluyó un factor diferencial
con lo acontecido anteriormente, y es que el rey ahora iría acompañado de un
ejército. Se inició aquí una disputa de tensiones entre Olivares y los
aristócratas catalanes, que estaban enfrentados por cuestiones económicas.
A
la cuestión tenía otro aliciente, que desde Cataluña, la crisis había
conseguido que su gobierno se clausurase. Se consideraba el momento idóneo para
llevar a cabo una reforma en el gobierno catalán. “Las relaciones entre el
virrey y los catalanes estaban en tan mala situación que Barcelona envió a un
embajador especial a Madrid en marzo de 1636 para pedir que Cardona no fuese
nombrado para el puesto cuando terminasen sus tres años de gobierno[5].”
La situación llegó a ser tan
inestable, que Cataluña se negaba a formar parte de un ejército común. Cuando
se le pidió que acudiera a Italia, estos se negaron con rotundidad. Y es que ya el propio pueblo, y no la
aristocracia o las diputaciones como ocurría anteriormente, se negaron a
colaborar. En su lugar, fueron los valencianos, que estaban lastrados ya de
otros enfrentamientos.
Incluso en estos periodos tan convulsos entre ambos reinos, se
llegaron a acuerdos de colaboración en la guerra, y de financiación catalana
para la guerra, aunque ya nada restablecería la paz entre estos. Y es que para
los catalanes, el tener un virrey que residiese en Barcelona y que se tomase en
serio su cargo era tan importante como para los castellanos la guerra. Para
Olivares y para el Reino de Castilla era fundamental que Cataluña integrase
soldados a la Unión de Armas. Era la única manera que veían para poder
reiniciar sus relaciones.
Fue en 1637 cuando Cardona consiguió reclutar hombres, aunque fueron solamente
alrededor de quinientos. Pese a su incorporación, España perdió las primeras
fases del enfrentamiento con Francia, y se señaló como culpable a Cataluña por
su escasa colaboración. Por el miedo a esta acusación, Cardona dimite como
virrey.
Con
la caída del nuevo virrey, Olivares y el gobierno castellano eligieron
cuidadosamente al nuevo virrey, ya que veían una opción de poder lidiar con los
catalanes y los castellanos. La elección fue para don Dalmau de Queralt, Conde
de Santa Coloma.
Se
esperaba, por una parte, que Santa Coloma mantuviese la paz entre las tropas y
los catalanes, corriendo así el riesgo de ganarse el descontento de ambos, por
otra parte se esperaba también que asegurase la adecuada fortificación del
principado[6].
Ante
estos gestos de unión que iniciaban después de tanto tiempo, Richelieu inició
la invasión de España, atravesando Guipúzcoa.
Es por tanto que todos los esfuerzos políticos se volcaron hacia la guerra,
olvidando en cierto modo el intento conciliador que se había iniciado.
Santa Coloma se encontró en una buena posición
para negociar un gran lastre que arrastraba Barcelona y Cataluña desde hacía ya
tiempo, los quints. En su gobierno
intentó que estos fueran eliminados, y pidió cambiarlo por una donación directa
al monarca anualmente. Esta jugada que realizó el virrey, no caló en el
gobierno central de Castilla. Pese a esta negativa, Santa Coloma intentó reunir
un ejército para las probables futuras invasiones francesas.
Esta guerra con Francia, pese a realizarse la invasión por otro lado,
lo cierto es que Cataluña la estaba sufriendo en primera persona, y es que el
comercio en el mar Mediterráneo estaba muy menguado. Además tenían prohibido
negociar con los franceses, lo que hizo que en solo tres años, desde 1635 a
1638 su situación empeorara cuantitativamente. Es por tanto, que en Cataluña se
hizo un negocio común el contrabandismo.
Santa Coloma intentó parar esto, pero la Diputación se enfrentó con
él. Fue un nuevo enfrentamiento después de mucho tiempo donde parecía que la
estabilidad de los poderes políticos había llegado. Y es que la Diputación se
negó a colaborar en contra del contrabandismo. Esto tenía otro sentido, plantar
cara a Castilla de manera directa, y en un momento muy delicado. Fue entonces
desde 1638, cuando la corona y la diputación entraron en una enemistad clara y
abierta. La Diputación entró en acción de una manera contundente, liderando el
Principado de una manera antes desconocida, dejando a Santa Coloma en una
situación bastante incómoda. Y es que el virrey ahora no tenía buena fama allí,
debido a la creciente visión de revuelta creada por la Diputación, que instaba
a la lucha.
El resultado de estas tensiones, de estas decisiones políticas, fueron
el desencadenante para la revuelta de 1640, donde el virrey Santa Coloma
resultó asesinado por los segadores. La búsqueda de intereses propios por parte
de los dos entes, los cuáles nunca se quisieron entender, llevaron a que
Cataluña se alzase en armas. Solo la presencia del virrey Santa Coloma en
ciertos momentos arrojó luz al caso, pero su final fue trágico. Es cierto que
parte de esta radicalidad del asunto, recae en Olivares, y en su escasa
intención de flexibilizar las cosas. En cuanto a la diputación, jugó un papel
bastante extraño, pues durante la década anterior se había mantenido en un
estado neutro y pasivo, para desde 1638 hasta 1640, adquirir un papel
revolucionario que será clave en todo el levantamiento. Al sentir como el
Principado estaría de verdad apresado por Madrid a causa de la prohibición del
mercado con Francia, y la propia intención castellana de perseguir el
contrabando, hizo que la Diputación se organizara en contra de lo que ellos
veían como injusticias.
[1] John
Elliott, La rebelión de los catalanes. Pg 108
[2] John
Elliott, La rebelión de los catalanes 1598-1640. Pg 139
[4] Armas. El anterior virrey, el
duque de Alcalá, prohibió llevar armas como una idea de acabar con los
bandoleros.
[5] John Elliott. La rebelión de los
catalanes 1598-1640. Pg. 283.
[6] John Elliott. La rebelión de los
catalanes 1598-1640. Pg. 294.
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